Impresionante el testimonio que publica ANDOC sobre las coerciones que sufren los enfermos para suicidarse una vez que se legaliza la eutanasia. Si aún no has firmado para detener esta locura, visita https://plataformalos7000.org/stopeutanasia/peticion-al-congreso-de-los-diputados/
En cuanto la eutanasia se hace legal, llega la coerción al enfermo, y los mecanismo para prevenirla suelen ser ineficaces o, directamente, son una pantomima. Además, los médicos eutanasiadores no son especialmente buenos detectando coerciones, más bien al contrario, se les da muy mal, sea porque no les interesa, sea porque no conocen al enfermo y su entorno (uno prefiere matar desconocidos, cuesta menos), sea porque sólo saben «de lo suyo».
El Diccionario de la Real Academia explica que la coerción es la «presión ejercida sobre alguien para forzar su voluntad o su conducta». En este caso, son presiones para que desee o al menos solicite la eutanasia.
Esa presión no necesita ser violenta. Cuando hay violencia, en español ya se llama «coacción», es decir, «ejercer fuerza o violencia física o psíquica sobre una persona para obligarla a decir o hacer algo contra su voluntad». Pero con la eutanasia legal no es necesario usar mucha violencia: la mera amenaza de sufrimiento basta, y hay otras formas de hacer coerción (es curioso que el diccionario recoja «coerción» pero no «coercionar»).
Habla una veterana enfermera de paliativos, no religiosa
¿Cuántas formas hay de ejercer coerción contra una persona vulnerable para que pida la eutanasia? Sobre esto da algunas ideas en su cuenta de Facebook la enfermera especializada en cuidados paliativos Denise van Aalst.
Esta enfermera explica que no se ha opuesto a la ley de eutanasia de Nueva Zelanda por razones religiosas, porque, asegura, «yo no tengo creencias religiosas». Se ha opuesto «porque es peligrosa» y porque «no protege a los vulnerables en nuestra sociedad. Los vulnerables a los que tanto he cuidado como enfermera. En particular, a los ancianos y los discapacitados».
Denise van Aalst ha sido enfermera durante 35 años, ha trabajado en paliativos desde mediados de los años 90 y tiene un Master en Cuidados Paliativos. «Defiendo como enfermera la declaración de la Organización Mundial de la Salud de que los cuidados paliativos ni aceleran ni postponen la muerte. Apoyo a los moribundos para que saquen lo máximo de la vida, dándoles la mejor calidad que puedo», declara.
¿De qué formas se puede ejercer coerción contra el vulnerable? «Yo he sido testigo de un número de actos de coerción, en particular con los ancianos, y eso fueron solo los obvios. Hay formas más sutiles de coerción increíblemente difíciles de detectar. ¿No lo crees? Pregunta a cualquier agencia que trabaje el tema de abuso a ancianos si es fácil de detectar. Animar de forma sutil y repetida con el tiempo tiene un efecto poderoso», denuncia.
Usa la palabra «gaslighting», que en los psicólogos usan en inglés para referirse a un tipo de manipulación específica en la que el manipulador intenta conseguir que alguien se cuestione su propia realidad, recuerdos o percepciones. La coerción para la eutanasia funciona de una forma similar y manipuladora.
Por supuesto, lo más sencillo es dejar claro al enfermo o discapacitado que son una carga. Los mismos ancianos lo dicen a las cuidadoras: «soy sólo una carga para mi familia», «estarían mejor sin mí», «les cuesto tiempo y dinero…»
Por supuesto, la eutanasia la pagaría el erario público (en España y en Nueva Zelanda), mientras que los cuidados los paga cada enfermo. En Canadá la oficina presupuestaria del Parlamento calculó cuanto dinero ahorra el Estado con cada enfermo terminal eutanasiado, comparándolo con esperar algunos meses a que se muera: son 8.600 euros por enfermo. (Por supuesto, eutanasiando enfermos crónicos y discapacitados graves se ahorra más que eutanasiando enfermos terminales).
Cuando el médico no conoce el enfermo ni su entorno
La coerción es especialmente difícil de detectar cuando el médico no conoce al enfermo. La realidad es que los médicos que conocen a sus enfermos, no les quieren recetar eutanasias; se suelen hacer a un lado y dejar al enfermo en manos de médicos de la muerte, abiertos a esta práctica anti-médica. Estos médicos no conocen al enfermo, su familia, su contexto… y son especialmente ineficaces (por no decir nada interesados) a la hora de detectar coerciones.
Por otra parte, la familia que quiere la eutanasia de su pariente, evidentemente, buscará un médico favorable a la eutanasia y evitará cualquier médico que esté buscando coerciones y pueda dificultar el proceso.
Las eutanasias «en casa», a las que acude el médico a impartir el veneno letal, se aseguran de mantener las coerciones y de que no intervengan molestos sanitarios, médicos o enfermeras para que no puedan decir a última hora «el paciente me ha dicho que no está del todo seguro» o «el paciente me ha dicho que quiere probar un nuevo tratamiento del que le he hablado».
En el caso de la ley de eutanasia neozelandesa (la primera aprobada por un pueblo en referéndum), Denise van Aalst recuerda que 200 abogados y 1.700 médicos del país constataron que era una ley peligrosa que causaría muchas muertes equivocadas. En una carta abierta 30 psicólogos aseguraban que la ley tampoco se aseguraba bien de que se examinara la competencia o capacidad mental del solicitante, supuestamente «libre y consciente». La ley española que se está tramitando tendría los mismos peligros y más.
Y cuenta su experiencia de hace unos pocos años, cuando una persona pidió admisión en su centro de cuidados paliativos pensando que así le harían la eutanasia. Cuando le dijeron que allí no hacían eutanasias se enfadó. La convencieron para que se quedara y les diera una oportunidad para mejorar su calidad de vida. En pocos días, lograron resolver muchos síntomas, no del todo, pero sí marcando una clara diferencia. Vivió aún varias semanas más, «pasó un tiempo magnífico con su familia, al final de su vida me dijo que se sentía muy agradecida de que no hubiéramos acabado con su vida como pedía, porque había disfrutado sus últimas semanas, con momentos muy especiales con parientes, sanando viejas heridas quede otra forma hubieran permanecido».
Las presiones contra los discapacitados
En agosto de 2019, en El Confidencial Digital, hablaba sobre las coerciones para recibir la eutanasia el periodista y escritor norteamericano Ben Mattlin, que se mueve en una silla de ruedas que controla con su barbilla. Casado y con dos hijas, hace un tiempo quedó en coma en una operación y los médicos sugirieron a la esposa dejarlo morir. Si no hubiera tenido esa discapacidad, no lo habrían propuesto. Por supuesto, la esposa se opuso y el periodista sigue vivo y escribiendo de temas incómodos. Recientemente difunde un libro de testimonios de amor romántico entre discapacitados y personas sanas.
«Hasta que no has vivido con una discapacidad incurable, no puedes saber las presiones y la sutil coerción que se sufre para que te quites de en medio», escribe Mattlin por experiencia propia. «Piensa en esto: cuando alguien físicamente independiente y saludable siente ganas de suicidarse, reconocemos la obligación de intervenir, ir a la raíz de su depresión, y tratar de hacer que su vida sea mejor. Pero cuando se trata de alguien con una discapacidad o un padecimiento crónico, de repente entendemos que el suicidio es una «elección libre» razonable. Y no es una «elección libre»: ha sido influenciada por muchísimas presiones, sutiles y no tan sutiles».
Detrás de la petición de eutanasia a menudo está el miedo a lo desconocido. «La mayoría de las personas con estos problemas temen lo que la existencia les depara. Si solo supieran que la vida con una discapacidad puede ser tan plena, enriquecedora y valiosa como cualquier otra, con casi total seguridad elegirían seguir viviendo. Pero si nuestra cultura no hace un esfuerzo para ayudar a esta gente, a gente como yo, a alcanzar vidas plenas, le estará haciendo un flaco favor a una buena parte de la población. No tengan prisa por despejar el camino hacia la muerte antes de que hayan hecho sus mayores esfuerzos por facilitarles una vida satisfactoria a las personas con discapacidad».